lunes, 1 de diciembre de 2025

Gabriel Miró, amigo del modernismo canario

 

Gabriel Miró (1879-1930)

Conferencia impartida en la Casa-Museo Tomás Morales 

Cuando el escritor francés Roland Barthes en su mítico ensayo “El grado cero de la escritura” aplicaba a la lengua y al estilo una condición de naturaleza que le era extraña a la decisión soberana del escribir, considerado como el acto esencial del compromiso y valor de expresión elegido por un autor en un momento dado de la historia de la literatura, merece considerarse que el mágico desenvolvimiento de toda escritura contiene un cuarto elemento que es sustancial a la creación de imágenes: el silencio.

Imaginar a Gabriel Miró escribiendo sus estampas de la comarca mediterránea resulta evocador por incluir un alto grado de silencio en el ambiente íntimo de su gabinete personal. Y leer alguno de sus libros — en absoluta proporcionalidad cósmica—devuelve su silencio seminal al otro silencio cautivo del lector para quien belleza y mente se articulan en un secreto baile de armonía y sosiego —categorías hoy en declive irreversible— que nos acercan a los estados de trance paralelos que se proyectan en el acto de amar, de soñar y de poder, en un sentido nietzscheano, en alemán se dice: “Der Wille zur Macht”, poder como potencia efectiva, el vector de energía creativa, de conciencia de sí.

Gabriel Miró nació en el año 1879, a dos décadas del cambio de siglo, la literatura de Gabriel Miró ha sido encasillada en cierto novecentismo de aromas finiseculares, en el intervalo de las generación del 98 y del 14, con una especial significación como referente en la de 27, si bien la condición de su voz singular realzada por Jorge Guillén en su preciso y precioso ensayo “En torno a Gabriel Miró. Breve epistolario” de 1969, donde magnifica el hecho de que en su escritura se palpa una “hondura de espacio y tiempo”, a través de la cual el paisaje visto y descrito, se siente y se vive, a la par. La escritura es un dispositivo de supervivencia para la mirada humana.

Y del silencio, que como hemos insinuado desde antes, es uno de los mayores patrimonios de la humanidad, muchos de los secretos de la vida se esconden en el umbral de los 15 decibelios que equivalen al susurro, a la voz contenida que proclama y revela una verdad: la confidencia como gesto universal se constituye en un punto de luz, en cosa revelada que confiere mundo al depositario o interlocutor, la individualidad humana ha atravesado siglos de maduración para dotar a la psiquis del entendimiento para discernir y gozar de libre albedrío. Y esas son, precisamente, algunas de las virtudes de Sigüenza, el personaje gabrielmironiano que vuelca en el silencio del lector la copertenencia que dota de sentidos al entorno del yo y a la totalidad redimida, los paisajes literaturizados que retornan al eclipse, a la lluvia, al meteoro.

Por ello, no es extraña la moral a la poesía y a toda expresión literaria, moral en cuanto sentido, común acervo, conciencia de las correspondencias, interioridades afines que se reconocen en el diálogo, de palabras y miradas, de silencios. En la historia del pensamiento y de la creación, buena parte de la belleza se ha producido desde el silencio del gabinete y del lienzo, la misma luz de la vela, lo ha indicado el poeta Andrés Sánchez Robayna en uno de sus últimos ensayos con prólogos firmados en la ciudad de Liubliana, el espacio de luz en un tiempo paralelo al de los silencios estelares, volcánicos y de otras órbitas de similitud como son el corazón humano y la memoria, esa virtud alojada en el hipocampo cerebral que permite la noción del sí mismo y del otro. Ver y leer se parecen, escribir es una de las pocas participaciones íntimas con la eternidad, como hacer el amor y dar a luz, la vida requiere de la vida, toda sombra lo es por la luz. En las cartas laten los pulsos de la historia.

En una casa que es museo, como la que disfrutamos en esta hora precisa, y que fue del poeta, de sus sentires y querencias, la posibilidad de sentir los silencios proviene de su inauguración en el remoto y lejano octubre de 1976. Hay una fotografía de ese día, en esta misma sala, ciudadanía que comparte y se congratula de un legado literario y de su memoria futura: campanas de Moya, cuaderno del poeta, la escritura funda realidades. Y es la tinta y el papel en suprema colisión la que otorga también la isla: negro de humo que se incrusta y diluye sobre el caolín del polímero y sus fibras vegetales que fueron árbol y canto de pájaro y amanecer último, para que el milagro de aquello que perdura llegue al ojo de ustedes y mío: poemas, cartas, retratos.

En esta tarde de Casa Museo, quiero agradecerles su presencia para compartir esta conferencia dedicada al escritor alicantino universal Gabriel Miró, amigo del modernismo canario. Y además, leer en primicia, algunos pasajes de su puño y letra, del libro monumental que fue Años y leguas, este ejemplar de referencia es del año de la primera edición, 1928. La correspondencia de Miró con Alonso Quesada, amigos comunes ambos de Tomás Morales, forma parte de una historia singular de misivas y susurros que relatan un tiempo mutuo, la literatura es eso mismo: voz leída de otros soles, mares presentidos, paisajes y verdades que lo son en tanto que se escriben en un infinito posible, porque escribir es un perfecto atributo de la visión humana: la mácula ocular transfiere la luz en impulsos eléctricos, ciento veinte millones de células fotorreceptoras nos otorgan el universo todo, lo más pequeño de nosotros mismos dilata la grandiosidad del vivir y del morir también.

Y es que los escritores que nos escribieron a nosotros, que somos su posteridad inimaginada, murieron jóvenes: Tomás Morales a los 36, Rafael Romero Quesada a los 38, Gabriel Miró a los 50, medio siglo de tinta y de papel. El alicantino envió su emotivo telegrama de condolencias a la muerte de Tomás Morales y suyo es el prólogo de Los Caminos dispersos de Alonso Quesada, volumen póstumo que vio la luz en 1944, dos décadas después del fallecimiento de su amigo nunca visto, solamente leído y escrito. Hay un silencio de la tumba de los poetas que se parece al sol, no se puede tocar ni mirar en su fondo tan luminoso como oscuro, pero que hace accesible un sentir cercano a la eternidad de los poemas.

En las cartas, está ese silencio anticipado, al escribirse se reproduce lo silente al unísono, cuando se esperan las cartas son un silencio puro y al recibirse y leerlas —aleluya de la existencia más diáfana—, el papel y el alma del otro tocan la mano. Por su tinta sonora, voz del amigo, la vida cobra sus mejores donaciones. Miró y Quesada compartieron años de amistad, a través de las cartas siempre, muy joven Rafael Romero pasó una temporada con su familia en Alicante, que se hayan cruzado los amigos bajo el sol del Mediterráneo es materia de fábula y especulación, y de las cartas del canario solamente sobrevivió una—lo atestigua el poeta Lázaro Santana en el prólogo de la edición de un epistolario enigmático y providencial—, fue la misiva de la víspera del Día de Reyes de 1924, un año antes de la fatídica muerte del autor de El lino de los sueños. En buena parte de sus poemas, la muerte acechó, siempre estuvo presentida, en las palabras de Miró sobre el canario resuena “el silencio estremecido del mar que se anilló al silencio de su muerte”.

Antes de llegar a esta casa, en el origen previo del viaje a esta hora, estuvo Roma, hace apenas unas horas del entresueño, a cuatro mil kilómetros de distancia, el silencio ante la tumba de John Keats, cuyo nombre fue escrito en el agua. Allí también la lápida de Shelley, quien escribió Adonais: An Elegy on the Death of John Keats, elegía de llanto que convoca a Urania y a Lord Byron y a tantos otros poetas, con cerca de quinientas líneas de luto en el cementerio protestante de Roma: la ciudad eterna, de catacumbas y grutas vaticanas, necrópolis de la civilización que entre millones de turistas cada día se aleja más de sus silencios y verdades. Igual la isla, Unamuno supo ver la magia telúrica y sus soledades, dos jóvenes poetas secundan los pasos recién llegados al magma insulario, fue la visita del filósofo a los Juegos Florales: Rafael Romero y Manuel Macías Casanova, el joven amigo que deslumbró con sus cavilaciones al bilbaíno universal y se abrazó a un poste de luz en una noche de lluvia en San Telmo y fue el negro designio premonitorio que nunca abandonó a su amigo poeta, el cronista de los días y de la ciudad, del almario de la colonia inglesa.

Para comprender un poema hay que saber leer su silencio, el mismo que gravita entre la elegía de Shelley al titulado “Siempre” (Camposanto. Frente al sepulcro del poeta) que escribió Alonso Quesada en dedicatoria a su amigo muerto en el “arca hermética”, Tomás Morales. Allí evoca el insular al otro insular, ambos suman la insularidad modernista, junto a Saulo Torón, amigos todos. Dice el poema: “Tu pequeña sonrisa, / tu sonrisa de niño / que tiene huertos dilatados / y una amplia casa gris / en el solar antiguo de la heredad austera, —niño que abre los ojos a los frutales ebrios / y alza hacia ellos las manos vivamente / con la novelería de las sorpresas—tu sonrisa tranquila es un hueco terroso / que ya el Siempre ha llenado de lividez perpetua.” Belleza del susurro quesadiano, de la oración amiga, tan presente en sus versos, las tumbas y los poemas se conectan para recordar, en su silencio recíproco, el tiempo de la vida. La amistad de las cartas participa de ese diapasón de soledades compartidas.

Y es que los poetas modernistas de las islas miraron al mar, a los veleros y a la calle capitalina, como los ingleses románticos fundaron un paisaje natal, a través de ellos nuestro será el Atlántico. La poesía canaria tiene en ese eslabón finisecular, de entre siglos, un episodio protagónico. La intimidad y lo cotidiano de Saulo, el aura existencial, irónica y metafísica de Quesada, lo mítico universal del verso arcádico de Tomás Morales. En su pulso de vida común gravitó la modernidad del archipiélago, suyo fue el primer silencio de la luz solar del mediodía y la onda de agua que expande constelaciones al consiguiente indigenismo plástico, sobrepasada la bisagra añorada de la Selva de Doramas y entrevistas la tiendecita árabe y el banco inglés, los mástiles trasatlánticos en el Puerto. La isla desperezó entre sus libros, los poetas canario viajaron a Madrid y regresaron para vivir sus días finales al abrigo de la brisa oceánica. Y del otro lado, los amigos. Son conocidas también las señas que compartieron entre cartas Alonso Quesada y Juan Ramón Jiménez, también con Don Antonio Machado, quien prologó además El caracol encantado de Saulo Torón, en 1926, año posterior al deceso del amigo, Rafael Romero.

La isla tensa su curvatura geomántica, alisia su protuberancia, exoesqueleto de lumbre y plenamar. ¿Y cuál era, en aquel entonces, el afuera para los poetas, el horizonte otro? La isla de Gran Canaria nació y creció durante el Mioceno hace 14 millones de años. La atlanticidad de la poesía insular proviene de aquellos silencios submarinos, impensables para la mente humana, solamente intuidos, acaso soñados. Madrid fue aquella predestinación, y estuvo en el tránsito vital de los poetas canarios: Tomás Morales recorrió en su juventud estudiantil sus días y noches, la amistad con Miró proviene de aquellas fechas inaugurales.

Alonso Quesada cruzó el océano, con travesía en Cádiz y Sevilla, tierras limítrofes al universo juanramoniano. El Poema truncado fue su obra maestra, anticipadora de la vanguardia, suma extraña de verso y prosa, latido susurrante de posmodernidad, el gran desencanto. El más allá del mar lo llevan consigo en los versos, la condición insular fue y será este designio, mirar lejos era verse más cerca, la transfiguración del estarse en la orilla que Manuel Padorno insigne quesadianonómada del oleaje, supo ver a ciegas, tanteando cada burbuja de luz. De aquel Madrid, la eternamente presentida metrópolis, provenía Pedro Salinas, otro amigo de las islas, quien se carteó con Alonso Quesada y alabó lo que él mismo apenas empezaba a intuir y esbozar en su poesía.

La tumba del madrileño está en el bello cementerio del Viejo San Juan, Santa María Magdalena de Pazzi, la venerada y noble toscana carmelita le da nombre, pasear sus lápidas con el Castillo de San Felipe del Morro a su vera descubre soles del Virreinato y esencias boricuas. Pedro Salinas dejó escrito, allí también, un silencio azul del “Egeo, Atlántico, Índico, Caribe, Mármara, mar de la Sonda, mar Blanco. Todos sois uno a mis ojos: el azul del Contemplado”, escribió el trasterrado en sus años de puertorriqueñidad. Buena parte de los poetas del exilio republicano eran sostén de la generación del 27, la que saludaba en postal unánime a Gabriel Miró en el homenaje decembrino a Góngora, en la Sevilla de Cernuda, al alicantino le mostraron devoción y respeto, hasta su pronta muerte en 1930, no pudo el autor del Libro de Sigüenza entrever la II República, si bien formó parte de las plumas que vieron morir y nacer dos siglos.

Fue Pedro Salinas un consumado epistológrafo, como Gabriel Miró y Alonso Quesada —amistad genuina de dos mares: aquí la primera voluta de faro—. Suyo es el discurso de Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar, allí establece las esencias del Ars dictandi: “Tómese la pluma en la mano para escribir al distante”, “hombre que acaba una carta sabe de sí un poco más de lo que sabía antes”, “ ¡Cuántas muchas almas, sufridoras de aislamiento, de soledades, van a hallar ahora remedio por la posta!. Distancias y ausencias son tinieblas, y envuelven por igual al presente y al ausente. Un no poder verse material, engendra como un espiritual al no verse. Las gentes, de lejos, se mueren a la visión; y empiezan a agonizar en la memoria de los corazones. La carta actúa como luz, porque luz es el Verbo”.

Y referencia el poeta a los antiguos: Demetrio de Falera y Proclo, al gran monasterio medieval de Monte Cassino donde Alberico escribió el Breviarum de dictamine y a Erasmo y su Libellus de conscribendis epistolis, hasta llegar a Gaspar de Texeda que publica en Zaragoza el Estilo de escribir cartas mensajeras y de ahí en adelante, la mutación de la carta de amor cortesana y la epístola confesional a la correspondencia moderna con sus prisas y sus silencios, arribo del telegrama, pretérito origen del SMS y el mail digital, insospechado soporte inmaterial para el contemplador Salinas, amante de Catherine Whitmore. Dijo el poeta de La voz a ti debida: “yo sostengo que la carta es, por lo menos, tan valioso invento como la rueda en el curso de la vida de la humanidad”.

Un escritor se hace a sí mismo. Quesada y Miró fueron amigos. Entre el 98 y el 27, sus obras destellan lo puro singular, outsiders libres de etiquetas y capillas. Entre las páginas de sus libros descubrió Quesada al amigo, porque Sigüenza era también él, desde su biblioteca se asomó al Peñón de Ifach: alicantino, fenicio y árabe, español de la Iberia marítima, como lo describe su autor y como si fueran ellos mismos a su sombra de luz: “desprendido, solo, encantado. Dentro de las calmas y del batido profundo del mar, se sumergen, se tienden, se tuercen, se doblan y encogen las rosas, los granas, los verdes, los morados, todos los colores tiernos y viejos del Ifach. Ifach, es de paños preciosos, de bronces ardientes, de piedras de gloria. Rocas encendidas, talladas por el filo del viento. Apside con pecho de bergantín que corta inmóvilmente las aguas. Animación y gracia de escultura; torso y rodillas vibrando de luz marina bajo los pliegues dóciles y las escarpas verticales de la peña; ímpetu contenido por la orla de la falda, cogida tirantemente a la costa. Silencio y retumbo de frescura salada. Silencio exaltado, como un grito de la cincelación de la luz” —“Años y leguas”, página 133 de la edición de Salvat, 1970, bajo el patronazgo de Dámaso Alonso como presidente de la Real Academia Española.

En el silencio de las tumbas y de las cartas, sucede igual, el trasvase, la frontera, el interludio y la ambivalencia se mezclan y confunden, luz y oscuridad pululan a la par, entre la isla y Madrid el vaticinio hechiza la mirada de quienes escriben, bajo los azules del allá se despliega otro mar inusitado, Sierra Norte y Oeste, Cuenca Alta del Manzanares, los paisajes de Castilla que son península de un color antiguo y medieval, para los ojos insulares renace entonces un espejo que lo singulariza y diferencia, a la par que al hombre mediterráneo: santo Sigüenza de las páginas de Miró, sensibilidad nueva que se proclamó con melódica ciencia. Realmente, los dos amigos eran muy antiguos, de épocas aún por llegar incluso, porque el Atlántico y el Mediterráneo dialogaron con su silencio de tinta,  segunda voluta de faro—.

El amigo del modernismo insular fue “un caso excepcional” como lo tilda el ensayista Antonio Porpetta, cuyo libro “Gabriel Miró y el mar” Premio Juan Gil-Albert de 2003 ilumina la conexión absoluta del escritor con su Mediterráneo universalista. Miró, a quien dedicó un poema Gerardo Diego, “Paisaje con figuras Papeles de Son Armadans, 1956 labró su obra entre la toponimia y las aldeas alicantinas: “Guadalest, Benimantell, Beniard, Benifato, Confrides” entre “la prisa del novecientos”. Para el poeta y doctor de la tesis, “El mundo sonoro de Gabriel MiróComplutense, 1994la voz del insigne escritor estaba dotada de una “mediterraneidad” ontológica, no es extraño que Porpetta, nacido en Elda en 1936 y fallecido el pasado julio de 2023, autor de Ardieron ya los sándalos (Adonais, 1982) descubra esa síntesis gabrielmironiana por ser la de su propia cosmovisión. 

También  Jaime Siles, poeta valenciano, lo tildó de “poeta isla” en su reseña de los artículos de Miró para el suplemento cultural del ABC en 1993. La nómina de referencias es amplia y diversa, Porpetta las aunó todas: aquí esta otra, Gómez de la Serna, a quien trató Alonso Quesada en el Café Pombo madrileño, consideró al alicantino en su libro “Retratos de España” como un escritor “fulgente y extraño”, Sigüenza lo fue, porque en el campo de La Marina, “lo primero que encontraba era a sí mismo, atravesándolo, estampándose en todo como su sombra prolongada por el sol poniente”, estando alrededor suyo y entre los párrafos que Rafael Romero degustó en su tiempo de otros libros de su isla, las “arboledas recónditas junto a los casales, el árbol de olor del Paraíso, un ciprés y la vid en el portal, piteras, girasoles, geranios”.  

Advierte Miró en su primera carta a Don Alonso Quesada, que ha leído su libro que “penetra la claridad hasta lo hondo”, una transparencia en la que el corazón del alicantino se explaya desde el barcelonés segundo piso del Paseo de la Bonanova, el 27 de octubre de 1917. “Comienza nuestro diálogo. Bien venida nuestra amistad” concluye. Muy seguramente Rafael Romero le contó de su estadía en Alcoy, por la mención expresa a los viejos caminos de Levante que hace el novelista. Y de la segunda y tercera misiva se vuelven partícipes la hija Clemencia Miró que ya mozuela ha leído El lino de los sueños y celebra la llegada de la carta insular, con el retrato del poeta. Miró se congratula de este cariño nuevo, sugiere al amigo publicar en Atenea y colaborar en La Publicidad de Barcelona, esa gracia de abrir puertas y tender puentes del receptor de las palabras susurrantes del amigo lejano de unas islas atlánticas hace que la vida sea pródiga y benefactora, muy a pesar de las penas y las cavilaciones, Miró que es mayor le recomienda al atribulado amigo canario, “llevamos zonas desconocidas, hay en nosotros lejanías imprevistas, que nos conturban y esperanzan. No se limite el sentimiento de sí mismo”. 

Lázaro Santana apunta con exactitud elocuente que Rafael Romero publicó prácticamente todo Smoking-Room en sus columnas de a 30 pesetas cada una del diario barcelonés entre 1918 y 1922, logro ultramarino debido a la gentileza y bonhomía de su amigo alicantino, así también La umbría se publicó en Atenea, por recomendación de Miró, y Alonso Quesada que fue hombre generosamente dado a ser agradecido y dedicar su amor y amistad en versos. No debe olvidarse a Luis García Bilbao, a quien se dedica El lino de los sueños, fue él su editor desinteresado y fraternal, durante su vida tuvo amigos de verdad, por carta y de carne y hueso. La participación de Félix Delgado fue providencial en la vida de Rafael Romero Quesada, ay, el otro poeta canario, depositario último de las cartas extraviadas de Quesada a Miró, desaparecido en las barricadas de la Barcelona del 36. Y de hecho, Los Caminos dispersos fueron dedicados también a otro amigo, “A Luis Doreste Silva en París, noble poeta, amigo único”. Y La Umbría, como no pudo ser de otra manera, a GM: “maestro de arte y amistad, con el cariño y la gratitud fervorosos de R.R”.

Es manifiesto que Quesada leía a Miró con ahínco y vehemencia, como a Unamuno remitió sus cartas sentidas desde la isla, el amigo del modernismo insular siempre tuvo la disposición y el cariño de aconsejar y brindar sus mejores deseos. En uno de los discursos en la Escuela Luján Pérez de Rafael Romero, publicado por el profesor Santiago Henríquez que ha sido otro de los distinguidos estudiosos de la obra quesadiana, quedaba patente la admiración y el vínculo hacia el creador de Sigüenza, Quesada frecuentó los ventanales de aquel lugar de paso de las horas capitalinas y elogió ante los jóvenes pupilos de la belleza atlántica a su amigo alicantino, dos hombres lejanos que se apreciaban en confidencias escritas— dos mares, tercer fogonazo de faro—que estaban dialogando en una imposible geografía de letras y dos hombres de espíritu marítimo y tierra añeja que hacían de la distancia su nexo más universal.

Quesada le dedicó poemas a Gabriel Miró en la revista España, acusa recibo el alicantino, los versos se publicarán en Los caminos dispersos, Lázaro Santana revela que son los correspondientes a la sección Dolorosos caminos, números II, III y IV, los poemas encabezados por los epígrafes de “Tarde invernal. Frente a la playa”, “Alba. Las campanas del alba perdidas en el silencio. En el ventanal de la casa” y “Calle comercial. Mediodía africano”. Y el amigo, responde por carta con su agradecimiento y recomendación: “Llega a preocuparme su destierro en la isla. Creo firmemente en su triunfo; pero no olvidemos nunca, que a esa isla dura y ferreña, le debe Vd. una lírica exaltación, un comprenderse, una integración de sí mismo y la fuerza inicial de su arte tan suyo y tan acendrado”.

Y entremedias, huacales de plátanos, confesiones de desdichas de salud y pormenores editoriales, deseos de ir uno a Barcelona y el otro regresar a Madrid, incluso unos versos de Quesada a Clemencia, que Lázaro Santana ubica como los referidos por ella en el artículo publicado en El Liberal tras la muerte del poeta, donde dice “Toda la vida es nuestra / y la olvidamos; todo el amor, las horas mágicas, el sueño, todo es nuestro! / Y sin embargo emprendemos la marcha / en esta noche hacia el silencio eterno”.

La edición primera de algunas de las cartas entre ambos fue hecha por el reconocido estudioso de las letras canarias, Sebastián de la Nuez, publicadas también en los Papeles de Son Armadans, Palma de Mallorca, octubre de 67. La amistad entre los dos escritores era compartida por autores cercanos a ambos, como Félix Delgado, quien remitió a Clemencia Miró una de sus últimas misivas antes de morir en Barcelona. A Miró dedicó el poeta canario algunos versos también y en el archivo Sánchez Monllor de Alicante se encuentra un ejemplar del libro “Paisajes y otras visiones” de Félix Delgado, con dedicatoria manuscrita del autor a Gabriel Miró en enero 1924. Un volumen de la editorial Biblioteca de “La Isla” Gran Canaria, que incluye prólogo de Claudio de la Torre.

Hay un poema de Miguel Hernández, poema suelto, que vale como colofón de esta conferencia intermarítima, paninsular, tardomoderna, escrita en el desvelo de la nocturnidad mexicana, el tránsito por Italia y la arribada de despedida a la isla de Gran Canaria.

 

Y  dice así:

 

 Oliendo a ciprés pasó...

Se hundió oliendo a penas suaves.

Y el Mar dijo al Campo: ¿Sabes?

¡Ha muerto Gabriel Miró!

Del Campo se alzó un clamor,

se agitó todo, y: ¿Es cierto

      ¡AY!

que he perdido, que se ha muerto

      ¡AY!

mi más grande ruiseñor?...

Aquel que con mis senderos

andaba bajo mis siestas.

Aquel de mis dulces puestas

de sol y de mis luceros.

Aquel del paisaje, ¡mío!,

que sintió mi primavera

y mi estío cual si fuera

árbol, ave, brisa, río.

Aquel que con tanto amor

pulió mi hermosura... ¿Es cierto

      ¡AY!

que he perdido, que se ha muerto

      ¡AY... YAY!

mi más grande ruiseñor?

¡Sí!, dijo el Azul Esquivo;

ha muerto ya el Ojo Claro.

El de mi Playa y mi Faro,

y de mi Barlovento Vivo.

El de mis aves de espuma

y mis cipreses andantes;

mi sal con falda y volantes

y el sol de mi luna suma.

-¡Ha muerto!... Cuando al lucero

de limón los ruiseñores

bajan, haciendo primores,

por un undoso sendero.

Cuando la coronación

del ganado se realiza,

y va la espiga pajiza

y huelo a mi corazón.

¡Viento! ¡Ciego de las rosas!

Anda horizonte adelante,

y dile a todo Levante

que ha muerto el Señor de las prosas.

Cruza las canas aldeas

por donde Sigüenza iba.

Márchate montaña arriba,

y a todo el pastor que veas

di que ha muerto el hombre aquel

de ojo triste y vida rara

que con ellos platicara

a un son de esquila y rabel.

Corre sobre todo a «Oleza»...

Ya que su paisaje verde

su más preciosa ave pierde

¡que se muera de tristeza!

Que doble a muerto «Jesús».

Y las campanas del lado

del huerto de aquel Prelado

todo de miel y de pus.

Que en medio del vocerío

de torres palomariegas

se escuche un plañir de vegas

y unos sollozos de río.

... Oliendo a ciprés pasó...

Se hundió oliendo a penas suaves.

Y el Mar dijo al Campo: ¿Sabes?

¡Ha muerto Gabriel Miró!

 

 Samir Delgado, noviembre de 2025



viernes, 21 de noviembre de 2025

"Todo se parecía a aquel mar" Félix Casanova de Ayala y el postismo atlántico, Roma 2025

 


Ponencia leída en el IV Coloquio Vanguardias Trasatlánticas, Roma 2025

Pá escuchaba rock sinfónico y sus libros de poesía inocularon en el hijo, Félix Francisco Casanova, la efervescencia lírica, eran los años del despertar a la democracia en la isla atlántica. Y Carlos Edmundo fue hijo también, en su caso del modernista Eduardo de Ory, la figura del padre se configuró como un detonante de palabras, el acelerador de partículas, la dialéctica del ser hijo y ser padre, las autorías esenciales que dotaron a la imagen poética de un origen cotidiano, familiar, predestinado.

Si hay una huella que determina la incursión del escritor canario Félix Casanova de Ayala en la eclosión y desarrollo del postismo debe buscarse precisamente en su biogénesis íntima, curtida la memoria preterida del joven gomero entre el vaivén geográfico que se extiende entre las islas y Madrid. Hay que citar los días del bachiller en la capital que vio nacer la II República y como estudiante de medicina su incorporación a filas en el ejército leal a la causa de las libertades.

La razón condicionante de la distancia se edulcoró en la psiquis del canario por su cercana circunstancia vital en Madrid, una variante de la tradición poética donde la perspectiva volcánica del existir dio caudales de tinta incesante: el más actual, por ser hoy mismo su centenario luctuoso, el poeta Alonso Quesada, destinatario insulario de cartas firmadas por Gabriel Miró, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Antonio Machado. El autor de El lino de los sueños y de los Los caminos dispersos, asombró a Gómez de la Serna en Café Pombo, suyo es el libro más reciente sobre la Metrópolis borbónica: el Poema truncado de Madrid, de 1920, aparecido por entregas en la Revista España y por primera vez en libro por editorial Renacimiento de Sevilla, 2025: tiovivo del tiempo, espejo de islas, túmulo de ironía y sarcasmo donde la raíz poética de la textualidad canaria se embebe de su vocación de ser una alteridad deseada, reclamante de telurismo y paisaje, la individualidad escribiente que se prolonga en el devenir compromiso de un horizonte tricontinental. 

Tras la estela de Casanova de Ayala en el archipiélago latían siglos de salitre y auras, la subjetividad lírica insular anclaba su cosmovisión en un tiempo geológico impensable por la razón. Era un muchacho el postista insular cuando se fraguaba la diseminación de una generación protagónica del surrealismo internacional: la Revista Gaceta de Arte fue el buque insignia, con Eduardo Westerdahl y Agustín Espinosa, se trató de la isla del Capítulo V de L´amour fou de Breton que volvía a la trastienda silenciosa de su volcán, otro poeta gomero, Pedro García Cabrera, conjugó la savia de la vanguardia que sería acallada por el alzamiento militar, el más joven de los surrealistas fue lanzado al mar en un saco de patatas, “qué profundo correr por mares de silencio” escribió Domingo López Torres en sus últimos días en la prisión de Fyffes, un empaquetado de plátanos con firma inglesa que fundó uno de los primeros campos de concentración franquista.

Mucho antes, incluso, del nacimiento de Casanova de Ayala en 1915,  la mirada debe evocar siglos atrás, cuando los aborígenes canarios tocaban el tambor de piel de cabra al ver bailar el sol, la poesía entonces constituyó el linaje. Y otro médico, Antonio de Viana, trasladó el acontecer a tratados mitológicos, sus versos quedaron como simiente fundacional en los días sevillanos de la peste, las islas son el sueño por habitar desde entonces y el testigo lo tomaron en plena transición los poetas de la atlanticidad mayor, Manuel Padorno y Andrés Sánchez Robayna, madurado el acantilado en la pitera, teleología de la insularidad contemporánea.

El poeta Félix Casanova de Ayala fue alférez sanitario y estuvo en el frente, condenado a muerte en pelotón se libró del luto, llegando su aliento imantado de creatividad al Madrid de mediados de los cuarenta: los manifiestos de Edmundo de Ory, Chicharro y Sernesí marcan el compás, Casanova de Ayala proviene de lejanías ultramarinas, al decir del crítico Juan José Delgado, el postismo “fue un picor” de “poetas-pilotos que se aventuran por climas encrespados pero con el buen cuidado de no tentar, tan embebidos, la suerte que les lleve a embarrancar absolutamente la realidad”.

Amor y dislate se dan la mano, el juego es invocado por la Esfinge, el compromiso con el verbo no se olvida de sus quebrantos e infortunios, por lo que los primeros libros del canario, “El paisaje contiguo” y “La vieja casa” irrumpen en el panorama literario de los primeros 50 con emergencia vidente, de Ory dijo de él “Pero hubo uno, sin embargo, que aprendió en el Postismo su postismo, y ése fue un discípulo serio. Se llama Félix Casanova de Ayala, ya nombrado aquí. Su poesía postista, sus sonetos y romances, son buenos”.

La incursión en la ribera canaria del postismo era un designio náutico, provenía el diapasón de la entremezcla de lo onírico y de lo ontológico, decir y ver, mas la oriundez subtropical con vena cosmopolita selló en el mismo punto cardinal otra efervescencia nativa del sueño y del inconsciente, signos deudores de la fiebre justiciera. En Las Palmas de Gran Canaria surgía en el 47 la revista Planas de Poesía y los poemas de Liverpool, de José María Millares Sall, Premio Nacional de Poesía, a título póstumo, entreabrían la puerta al retorno de lo futuro en viajes que nunca tuvieron lugar, el magma protuberante funda costas y malpaíses, la poesía adensa el color de la tierra con nocturnidad y alevosía, cada isla en su cuadratura de los círculos refundaba su hálito de universalidad, con ensueño y crítica social, el archipiélago de la Macaronesia, islas afortunadas, posee el hilo de Ariadna en el laberinto del capital y los repetidos secuestros de la Europa ilustrada, romántica, vanguardista y en estado de shock.

Y el poeta gomero, a la par que los grancanarios y tinerfeños, atesoró el decir protoimaginante que pulverizaba convenciones y estructuras verticales. A Franco se le pudo detener instantes previos a tomar el Drago Rapide, el anarquista canario Antoñé lo tuvo a tiro en la Comandancia de Santa Cruz de Tenerife una luna antes del Alzamiento, los Consejos de Guerra se multiplicaron entre los intelectuales canarios, y el postismo insular, que lo hubo, entre Casanova de Ayala y Juan Ismael, poeta-pintor de las soledades majoreras, no hizo otra cosa más que seguir el propio itinerario del pulso insular en la constelación de la utopía, el carnaval del verbo y la contracultura librepensante ya latían en la personalidad emblemática del Vizconde de Buen Paso, el palmero adelantado a su tiempo que cultivó las Cartas de la Corte de Madrid, la parodia desenmascarada, el destronamiento de la sangre azul, la crítica de ultramar que tambalea reinos y escolásticas.

Nadie mejor que el propio autor para confesar las razones de su deriva, Félix Casanova de Ayala, ya muerto el hijo en desenlace fatal con apenas 19 años, responde en entrevista que tal vez algunas páginas de su hijo amplificaron el postsurrealismo y el postdadaísmo a fechas tardías, para el poeta gomero el postismo nació en el Café Castilla la noche de Reyes de 1945 y fue “un enriquecimiento para toda la vida”. Una corriente literaria que para el canario representó en sus principios una oposición al preciosismo que emanaba de ambientes complacientes como el Café Gijón y la revista Garcilaso, el perfil social del ismo era una bofetada al decadentismo del régimen y llegó a ser un anticipo o vaticinio incluso, en sus propias palabras, a la manera de un adelantamiento de lo beatnik y hippy. Lo surreal para el canario era una “cuarta dimensión” y sus primeros versos habían sufrido de lleno la censura.

Al regresar a la isla, el poeta publica “Conquista del sosiego” del 59 y “Otoño mío” del 62, siguiendo su cronómetro vital con la aparición de libros como "Oración para un nuevo día" (1963), "Elegía aullada" (1964) y "Crucero de verano" (1971), el contracanto poetizante de la tarjeta postal que se resistirá de modo retroactivo a la globalización de lo turificante. Su concatenación lírica suma a su soledad intrínseca el poder demiúrgico de una voz que late y se expande, a orillas del alisio africano y el repique utópico de los caribes. Félix Casanova de Ayala, padre de poeta, se confabuló aún tras la muerte del hijo para dar a luz dos libros al alimón, “Cuello de botella” y “Estampido del gato acorralado”, publicaciones que enervan al duende común de los amaneceres sucedidos.

El poeta canario se supo citado en libros de referencias como el de Fanny Rubio sobre poesía social y el de Félix Grande sobre postismo, se leyó a sí mismo en la Antholoie de jeune poesie europenne, haciendo memoria de primeros versos suyos de juventud como el “Viejo acordeón marino” que resultó premiado en los Juegos Florales Hispanoamericanos y Españoles de 1940, tuvo como inéditos textos como Zogno (Madrid, 1940), “Cuento del sapo” (Ceuta, 1953) y la Epístola a Garry Davis de 1954 con 208 versos, hasta llegar a libros como Cancionero del mitin de 1977 y a la prosa tardía, aunque muy reconocida, de “El collar de caracoles” que se consolida en el boom de los narraguanches y de las poéticas insularias que vertebran la resistencia a una Autonomía de libremercado y turoperador.

Entre sus aportaciones de recuento memorial para los anales literarios merece citarse la separata de “Papeles de Son Armadans” publicada en 1964 bajo el título “Anecdotario y teoría del postismo” y algunos inéditos como aquellos versos concluyentes de “El sol de espaldas cae”, donde sentencia Félix Casanova de Ayala: “El simbolismo estaba en volar hacia Stonehenge / como si allí el alba no fuera a crecer, / bueno, el niño murió de asco entre megalitos”.

 

Muchas gracias, grazie mille



miércoles, 7 de mayo de 2025

“En las islas la poesía es un hiperenlace” Entrevista en el 5º Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía




Entrevista con Ulises Paniagua, director del 5º Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía

Continuamos con esta serie de entrevistas, realizadas a algunas y algunos integrantes del Quinto Coloquio Internacional de Poesía & Filosofía, acerca de su perspectiva sobre la poesía, la filosofía, la relación entre ambas disciplinas, así como su quehacer ante los eventos del mundo contemporáneo.

Toca el turno, desde Islas Canarias (aunque radicado en México) al escritor Samir Delgado, quien nos brinda sus estupendas reflexiones. Te invitamos a leerlo.

Y recuerda que "sensibilidad es pensamiento".

***

Entrevista a Samir Delgado 

(Islas Canarias)

1. Lo primero que quiero preguntar, es: ¿tienes un concepto definido de lo que es la poesía?, ¿has logrado hacerte de una definición propia a través de leerla y escribirla?

En las islas, la poesía es un hiperenlace que conecta con el devenir histórico y el proceso civilizatorio de Occidente, nuestro mapa natural es de agua y arena, la extensión solar del Sahara y el rumbo azul a las Américas. De ahí que nuestro horizonte se constituyó a partir de su origen, en mito poético, evocación paradisíaca. Los primeros documentos poéticos provienen de esa vértebra inmemorial, la poesía es consustancial a las islas. Una definición propia tendría que hacerla por la vía del descarte. No es poesía todo aquello con pretensión mercantil, stock en oferta, solapas y manojos de lirismo egolátrico emanado del capitalismo tardío. En las islas contamos con el alelamiento del otro lado que pintó y soñó Manuel Padorno, autor mayor de la poesía canaria. Y el caracol nocturno en un rectángulo de agua es la mejor definición, Lezama dixit. Para mí la poesía es toda la soledad, la edad de los soles, sol y edad, tiempo íntimo de astros, órbitas que dialogan en su milagro de luz.     

2. ¿Esa concepción fue diferente en algún momento? Es decir, ¿tuviste algún criterio distinto al respecto de la poesía en otra época de tu vida?

Bécquer, con velas a medianoche, fue mi lectura adolescente, cuando se dormía en casa, apagada la televisión, 19 años. Era un dispositivo poliético sin consciencia del oficio por venir. Más tarde Baudelaire y las manifestaciones estudiantiles, el descubrimiento de la poesía canaria: Lezcano, Pedro García Cabrera, los hermanos Millares Sall. Realmente la confluencia de voces es un recorrido necesario, la mayor ebriedad posible de lecturas potencia nuestra pluralidad, democratiza lo poético, lejos de parroquias y sectarismos, tan abundantes en la poesía española. Hoy leer poesía vasca o catalana me parece la mejor instrucción, voces indígenas del planeta, archipiélagos todos del acontecer humano. Recuerdo el impacto de una visita a la biblioteca de Brooklyn, clavado el espinazo aún mojado por la lluvia durante más de cinco horas bajo la estantería de Poetry books, y leer en inglés lo que se podía, sentir eso, susurros de otras vidas, alteridades sonámbulas y peregrinas, una suerte de nomadismo poético. La poesía es la mejor diplomacia, los ministerios de cultura en el mundo deberían unirse, una interconexión planetaria que devuelva el sentido vital a las sociedades.

3. ¿Crees que exista una relación cercana, profunda, entre poesía y filosofía, o consideras que no tienen liga alguna?

Hay que volver a encender las hogueras en la noche de la tribu. Ir más al cine, discutir lo visto, retornar a las tertulias de café. Es una sinergia esencial la ligazón entre poesía y filosofía, toda obra poética lleva consigo una cosmovisión, la Weltanschauung, una filosofía. Incluso los sistemas filosóficos pueden leerse como un conjunto de poemas; yo tuve asignaturas de metafísica y ontología, estética y filosofía del lenguaje, el Tractatus de Wittgenstein es poesía vienesa, la Rayuela de Cortázar suma ambas en prosa, yerba mate. Siempre odié a Vargas Llosa, no leer ni un reglón suyo fue un acto poético, Marcuse lo dijo todo en su obra “El hombre unidimensional”, como Whitman en sus “Leaves of grass”. En casa siempre me acusaron de haber estudiado una carrera inútil, sin salida. Vivo de escribir desde entonces, las torres de libros de poesía y filosofía se han entremezclado en mi escritorio durante dos décadas. Los libros me salvaron del silencio zombie posmoderno.  

4. ¿Piensas que existen poetas, que hayas leído, que logren un verdadero planteamiento filosófico en alguno de sus textos? ¿De qué forma lo hacen?

Pizarnik, la conciencia de la existencia llevada al extremo es un corpus filosófico, igual sucede con Lorca, no se puede entender Nueva York y el estado del mundo sin sus versos. Toda la bazofia poética publicada en las redes no deja de ser también la miseria de la filosofía. Escribir es algo performativo, somos palabras heridas de ecos, polifonías circunavegantes. En Canarias, la poesía de la Autonomía tiene un punto de arranque para un filosofar futuro de la condición insular, los líquenes sembrados prosiguen la estela cosmopolita de lo transfronterizo, por eso desde las islas el siglo 22 ya debe empezar a pensarse, las ciudades continentales están colapsadas, es la saturación del milenio. Y claro que hay poetas filósofos; hace un mes falleció Andrés Sánchez Robayna, su último libro “Las ruinas y la rosa” es un paradigma: fragmentariedad, caleidoscopio existencial, sabiduría interrogante.

5. ¿Consideras que existen filósofas o filósofos, que hayas estudiado, que logren un grado poético en algunos de sus párrafos o sus ideas? ¿De qué modo?

Todas las veces que he estado en París he querido ver a Gaston Bachelard cruzando la sombra de los bulevares. Ahora me interesa sobre todo la obra de los caribeños, de Antonio Benítez Rojo a Édouard Glissant, la pena es que en las facultades españolas se lee a Deleuze como mucho, y no hay noticias de la Poétique de la relation del martiniqués; se publicó en 1990, y ya van tres décadas de retraso. Es la herencia residual que persiste en el imperio. Los planes de estudios europeos son mierda para las moscas. Y la clase profesoral perpetúa el hedor con sus clases de media hora, es el fracaso de la modernidad. Sin embargo, el autodidactismo es un salvavidas, fue en Internet donde descubrí tratados de filosofía feminista que hablaban de escupir a la cara a Hegel, existen filósofas y estoy con ellas, la Ilíada hoy y siempre fue poesía biopolítica, dejémonos de tonterías con la división de disciplinas en compartimentos estanco. Leer a Ortega y Gasset, a Lledó, a Zambrano, discutirlos y entenderlos más allá de la España monárquica, es un ejercicio poético de ciudadanía futura.

6. ¿Piensas que exista la poesía más allá de la palabra, o es un asunto exclusivamente escrito?

El silencio después de Auschwitz está superado, así como también el camposanto recitado por Edgar Lee Masters. La poesía siempre trasciende la palabra porque las palabras son imágenes, cosas de verdad, alientos que se intercambian entre los siglos y las naciones, la poesía es la crítica de la razón impura. Y es providencial que se vuelva a escribir de nuevo, aunque sea en WhatsApp, articular palabras es un acto poético por naturaleza, aunque son los ojos quienes hablan y escuchan, somos seres mirantes, habitamos palabras. Hoy en día se requiere urgentemente la apertura “24 horas” de los museos y las bibliotecas, acceso libre y gratuito, universal: la humanidad está en juego.   

7. ¿Cómo contemplas el estado del mundo actual y cómo pinta el futuro para los tuyos y el planeta, según tus ojos?

Hay razones para la esperanza, no soy amigo de los pesimismos conformistas, y mucho menos de las euforias de la realpolitik que legitiman el consumismo total y la barbarie a escala planetaria. Confío siempre en que regresen los adoquines al cielo. Yo provengo de las islas del turismo masivo, de la ecodepredación sistemática, de la carnicería multicultural, por eso mismo ejerzo el derecho a la disidencia contra el capital: amo los bosques de Sajonia y el desierto del Sahara, me proclamo boricua por mis acentos y quereres. Me declaro abiertamente posfeminista, apóstata y filibustero, sesentayochista. Detesto a los poetas indistintos de gorgorito para “like”, gentes que escriben sin saberse qué votan, ausentes de la polis. A fin de cuentas soy un descendiente de fenicios y guanches, como le dije una vez al artista Martín Chirino en Madrid, la pertenencia a lo múltiple y diverso es un goce de por vida. 

8. ¿Crees que poetas y filósofos deben contribuir a la construcción de un futuro mejor, sin una obligación propiamente, o no tienen ninguna relación con ello? Si la respuesta es sí, ¿de qué forma pueden hacerlo?

Sí es un nuevo imperativo categórico ser rebeldes. Ernst Bloch defendía en “Das Prinzip Hoffnung” la idea de actuar en función de la correspondencia ética con las futuras generaciones, el planeta tiene quien se lo cargue las 24 horas y quien lo defienda también, la cuestión es saberse de un bando o del otro. Tal vez sean nuevas variantes de la lucha de clases: turistas y nativos, despilfarradores y decrecentistas, peatones del mundo unámonos contra las autopistas y los parkings. Se me ocurre que sería providencial que exista un Speaker-Corner en cada parque, que se impartan asignaturas en los colegios sobre la participación en asambleas vecinales y en los sindicatos, horizontalizar las esferas de la vida, desplumar poco a poco al poder, que filosofar sea también uno de los primeros auxilios frente a la hecatombe mundial.    

9. ¿La poesía y la filosofía se encuentran, en tu opinión, en el día a día? Si es así, ¿de qué forma lo hacen?

Volver a pensar todo otra vez es el gran desafío. En las islas tenemos un tiempo geológico de los volcanes, la historia es un chasquido de dedos y solamente el arte es capaz de asumir ese diálogo vital, de ahí que obras artísticas como las de César Manrique o Manuel Millares desplieguen un atractivo esencial para que lo poético y lo filosófico se conjuguen, en mi caso he escrito libros sobre cada uno de ellos. Un pulso poético sin un aliento filosófico puede quedar en papel mojado, y lo mismo del razonamiento conceptual que no consiga ingeniar imágenes poéticas en su armazón teórico. Las islas en el fondo han sido un laboratorio civilizatorio, hemos sido origen de procesos traumáticos y también liberadores. Lo dijo André Breton, las islas son lo ultrasensible del planeta. Justamente los coloquios, foros y congresos, los festivales, mantienen el pulso de la vida, del pensamiento y de la creación, acercando orillas y miradas ante un mundo escaparatizado donde reinan maniquíes y códigos de barras, la utopía neoliberal ha tenido éxito y su desenlace es el acribillamiento del globo terráqueo.   

10. ¿Quieres compartir un mensaje poético o filosófico para el futuro próximo? Muchas gracias.

“Todo era una isla con millones de años luz” (“Banana Split”, Samir Delgado, 2010). 

Gracias a ustedes.

***

Samir Delgado 

(Islas Canarias, 1978) 

Poeta y crítico de arte, Licenciado en Filosofía, miembro fundador de la Revista Trasdemar de Literaturas Insulares y del proyecto “Leyendo el turismo”. Entre su obra poética destacan “Banana Split”, “Galaxia Westerdahl”, “Las geografías circundantes”, “Jardín seco”, “Pintura número 100”, “La carta de Cambridge” (Prix International de Littérature Antonio Machado), “Los poemas perdidos de Luis Cernuda”. “Antes de la cosecha” (Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente) y “País natal” (El sastre de Apollinaire, Madrid 2024). Es autor del ensayo "Turisferia" (Colección Clavijo y Fajardo, Gobierno de Canarias, 2023).

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lunes, 31 de marzo de 2025

"Las ruinas y la rosa", Andrés Sánchez Robayna (In memoriam)

 


Acaba de fallecer el poeta Andrés Sánchez Robayna, a los 72 años de edad y a causa de un infarto, en Islas Canarias. El autor visitó México por última vez el pasado otoño de 2023, asistiendo como invitado al festival poético de San Luis Potosí. La experiencia del viaje le había reconfortado y suponía una participación especial tras su jubilación como catedrático de la Universidad de La Laguna. 

México siempre estuvo presente en su imaginario personal y en su devenir como uno de los escritores de nuestro tiempo, fue gran amigo de Octavio Paz y durante la andadura de todos los números de la Revista Vuelta, formó parte de los colaboradores regulares desde la orilla volcánica del archipiélago canario. La firma del poeta y ensayista en las páginas de Vuelta se remonta a sus propios orígenes como escritor, un extracto de sus diarios aparece publicado en el número 111, febrero de 1986, trasladando a la revista mexicana el temple atlántico de su mirada a la luminosidad de las islas, con el acento puesto en la indagación del lenguaje como espacio de experiencia esencial y la vida propia revestida bajo la transparencia del sueño insular. 

Andrés Sánchez Robayna fue autor de una obra poética singular, títulos suyos como “La roca”, “Tinta” o “Clima”, pertenecientes a su etapa inicial en la Barcelona del boom literario, se reconocen a la par junto a otros poemarios más biográficos como “El libro, tras la duna” del año 2000, así como diferentes antologías que se han significado como un referente de su obra literaria en editoriales como Visor o Galaxia Gutenberg. Precisamente esta última ha publicado sus poesías completas y ha incluido en su catálogo los ensayos más recientes del escritor canario, que abundan en temáticas de gran sugestión como el vaso de agua y la llama de la vela, a lo largo de la historia del arte y la literatura. 

Estos libros, de amplitud y síntesis, recuerdan mucho a la prosa diáfana de Octavio Paz en su vertiente como ensayista, el propio Sánchez Robayna ha puesto de manifiesto en el que ha sido su último libro, que se acaba de publicar en Galaxia Gutenberg, titulado “Las ruinas y la rosa”, la trascendencia de la lectura de Octavio Paz en su cosmovisión personal, el canario rememora en la entrada de mayor longitud del libro, aquellos paseos con el Nobel mexicano por Madrid y Ciudad de México, la anexión a su poética que desde joven estuvo marcada por un poema que trataba sobre Tlatelolco en 1968. 

Paz y Sánchez Robayna mantuvieron una larga amistad y precisamente una conversación sobre Góngora motiva la rememoración del poeta mexicano, su agudeza discursiva y la pasión intelectual que ambos compartieron. A lo largo de la travesía académica de Andrés Sánchez Robayna, resaltan sus estudios sobre el Siglo de Oro y páginas dedicadas al misticismo de San Juan de la Cruz y Sor Juana Inés, suyo es el volumen titulado “Para leer Primero sueño” publicado en 1980 por FCE, la gran autora mexicana cuyo apellido Azuaje está vinculado a la isla de Gran Canaria, lugar natal de Sánchez Robayna. 

En las páginas de “Las ruinas y la rosa”, convergen fragmentos de toda clase, libro poliédrico donde lo filosófico y lo poético se entrelazan, apuntes y esbozos que en síntesis revelan la pasión del pensamiento humano ante lo complejo del vivir y del universo, latidos del escritor que interconectan memoria y sensación, análisis y experiencia, una dinámica escritural que pervivió en todos sus diarios publicados en México por el Fondo de Cultura Económica, de 1996 a 2016, con los títulos “ La inminencia”, “Días y mitos” y  “Mundo, año, hombre”. De hecho, en todas se comparte un elogio recurrente a lo fotosensible, a la luminosidad del vivir y a la temporalidad sentida universalmente desde la escritura. 

La soledad creativa de Andrés Sánchez Robayna en unas islas marcadas por la explotación turística de los últimos 50 años, se convierte en íntima compañera de equipaje para quien lee, en cualquier punto cardinal del planeta, las islas se vuelven comunes y los destellos de sabiduría académica se entremezclan con la evocación de la infancia en el archipiélago, un espacio geomántico que durante siglos ha sido lugar común de utopías y civilizaciones visitantes. La portada de “Las ruinas y la rosa” pertenece a un cuadro metafísico y auroral del pintor siciliano Salvatore Mangione, Salvo, fallecido en Turín hace diez años. 

Como Octavio Paz, fue la pintura un motivo de interés permanente en la obra del escritor Sánchez Robayna, en su último libro aparecen anotaciones sobre Paul Klee, Hopper, Kandinsky o Matisse, una constante que además fue vital en su bibliografía con textos memorables en colaboración con pintores como Antoni Tàpies, en el libro de ambos “Sobre una confidencia del mar griego”. El mar precisamente, motiva toda una vida de escritura poética y en su otro poemario último, “Por el gran mar”, se hace eterno, estando inspirado en el diálogo con su difunta esposa, Marta Ouviña, y que obtuvo el Prix Mallarmé por su traducción al francés en 2022. 

Lo sagrado, la atracción fascinante de los paisajes insulares, el hallazgo de la verdad humana en la experiencia del viaje y de la mirada, traslaciones cosmopolitas del existir, así como la muerte y el amor, forman parte de la obra literaria de un autor contemporáneo cuya procedencia canaria y atlántica, renueva los parentescos y similitudes que la lengua española reúne en la diversidad del continente americano, de hecho Sánchez Robayna firma uno de los libros esenciales, “Cuaderno de islas” (Lumen, 2011) donde lo fragmentario aborda la insularidad y lo transfronterizo de la condición humana, “todo es isla”. 

El autor canario investigó las vanguardias, mantuvo amistades de vital resonancia con autores como José Ángel Valente, difundió la labor de la traducción como puente entre culturas, llevó adelante una revista, “Syntaxis”, que recuperaba con su generación el aliento universal de la cultura desde las islas, en paralela conexión con la revista “Gaceta de arte” de los surrealistas canarios que padecieron el golpe militar franquista. Sánchez Robayna visitó naciones y universidades, como Octavio Paz, llevó su país allá donde fue. 

Y en su escritura pervive esa intensa radiación de los mediodías atlánticos, así presintió el final en su último libro: “celajes jaspeados, chillidos de gaviotas. Junto al mar.”       

S.D 2025


sábado, 1 de febrero de 2025

Un infierno tejido de lana, la isla se reproduce

Ateneo Crítico IV (2024)

 

UN INFIERNO TEJIDO DE LANA, LA ISLA SE REPRODUCE*


A José Luis Escohotado en su 90 cumpleaños  

La barbarie tiene sus propios números, autores y testigos. Es una totalidad verdadera. Quien padece el sufrimiento y la aflicción en el devenir de la historia lega a la posteridad un anonimato visitable  —únicamente tal vez — por medio del eco difuso de la palabra y de los haces de luz diferida de la imagen. Es la sobrevivencia del arte. Si según Breton, las islas son la zona ultrasensible del planeta, las nuevas sombras del autoritarismo también planean amenazantes sobre los puntos geodésicos de la biodiversidad.

La traducción de las formas de la crueldad, el espanto y la tortura es una lejanía insondable. Vivir el infierno no suele tener un camino de retorno. Irak, Afganistán, Siria o Palestina son los nombres innombrables de los tardolocaustos. Los 1.100 kilómetros del muro fronterizo entre México y Estados Unidos contraen la historia hacia escalas de experiencia del bajo medioevo, el silencio de las cruces de las tumbas pertenece a los cien mil desaparecidos del contrabando de las almas migrantes.

La conmiseración proveniente de la pérdida del sentido, de la irracionalidad caótica, del padecimiento extremo, es una lástima latente en las formas extrañas y necesarias de la otredad que constituye el vaso conductor de lo último humano resistente en los tiempos de la hecatombe planetaria del capital. Antonio Saura, pintor de multitudes y soledades extrañas, en su líbelo Contra el Guernica odiaba el traslado de la pieza picassiana al Reina Sofía en 1981, por su normalización democrática del duelo y la injusticia. En las islas, hay una serie pictórica tardía en la obra del artista Pedro González, emigrante en Venezuela y retornado a las islas hasta su fallecimiento en 2016, de alrededor de 15 cuadros, que estuvo dedicada al drama de la emigración y las pateras panafricanas. El pintor pintó el dolor, la extremaunción, los desastres que se intuyen en la mirada cegada de los miles de desaparecidos sin nombre en las aguas del atlántico. Sus cuadros sobre filas eternas de coches en el paraíso —haciendo el cementerio de la isla—, la polución insostenible a orillas del volcán dormido, también reflejan un testimonio reflectante sobre el destrozo literal y desmedido con que el modelo de desarrollo turbo-turístico se ha implantado en las islas durante los últimos 60 años.

En un archipiélago se anticipan y postergan los utensilios de la dominación, las artimañas del poder, el infarto crónico de las esperanzas. A semejanza de los peligros que aglutina el permafrost —la capa del subsuelo de la tierra— que se está fundiendo por el cambio climático, los territorios de ultramar contienen en su devenir histórico las huellas de los mecanismos salvajes de predominio, las formas primigenias de la saturación y de la adversidad. La experiencia de la contradicción, del problema estructural, del desfase deteriorante, se desliza en la actualidad de las autopistas y los centros comerciales, con la misma velocidad que conllevó el proceso de conquista y de expoliación durante el tránsito del neolítico al siglo XV en Canarias.

La insularidad se bate entre la prisión y lo cósmico. Este espacio geomántico de lo finisecular —de cemento y alisio— que ha sido puente paradigmático de los tránsitos civilizatorios, trampolín colonial y aduana del tráfico de esclavos y de mercancías durante siglos, no es ajeno a los síntomas del porvenir predecible de una crisis global sin precedentes. Hay una suculenta equivalencia entre el deshielo invisible de los glaciares —islas del nimbo— con el peso de absorción de lo vivo que producen las pantallas de la telefonía móvil y del ordenador portátil. Son las nuevas alienaciones, el entfremdung del pixel, la banalidad de lo neutro, la migración de la mirada humana hacia el absurdo, la inversión del firmamento que hace eclosionar lo muerto en todas las dimensiones de lo real, el neofascismo que impera bajo el aturdimiento masivo del espectáculo. En la fricción sistemática del desorden evolutivo, el instante de la adaptación se muestra en el armisticio pactado de entregarse a las arenas movedizas de lo políticamente correcto.

La promesa del progreso de la modernidad no es que haya estallado en añicos, sino que más bien sigue siendo el único salvoconducto de los desposeídos. La fase primitiva de la universalización de la extorsión y de la plusvalía se ha proyectado hacia un canibalismo virtual deshuesante de las identidades, capaz de segmentar alienaciones cotidianas cuyo espejismo social apenas se vislumbra en la cifra de suicidios, tristeza y malversación social de las libertades y del derecho a la felicidad. La institucional jaula de hierro se ha expandido a un infinito de mundos interiores de la vida bioconsumible, la socialdemocracia europea atinó bien en su diana histórica para el desmontaje de la utopía en piezas accesibles de confort individual y préstamos bancarios.

El muro, la estructura impositiva, la separación de la vida de la propia vida, se puede rastrear tras el imperio del souvenir y la postal de la era de los permisos veraniegos para el viaje familiar. Como sucedió antes, el cambio climático no se podrá prevenir finalmente, así como tampoco se pudo frenar la tala de bosques insulares y de generaciones humanas en el pasado postrero — el vaciado de verdes y de ojos— que facilitó el combustible histórico y la carne de cañón para la fase iniciática del expansionismo europeo al Nuevo Mundo. Lo dijo el pensador cubano Antonio Benítez Rojo — en su ensayo La isla que se repite de 1989—,  los orígenes del capital se remontan a la acumulación de la flota y a la explotación del monocultivo del azúcar en el Caribe.

 Las islas desde entonces se repitieron, el mestizaje y la confluencia de sangres donó también un halo de esperanza, identidades criollas y pluralidades. Un dispositivo democrático late en el recuento de la diversidad, a pesar del rodillo uniformador que proviene de lejos, es así que en el paraíso soñado  —de las islas afortunadas— se suceden los mitos y también los horrores. En plena era digital, la abundancia de imágenes sobre la depredación y el exterminio no salva a las víctimas de su duelo mortal, el espectáculo requiere una suspensión, un silencio atronador, cuyo desenlace no suele ser equidistante de la nada. La crueldad ha sido una de las formas manifiestas de la prolongación del drama volcánico a la dimensión humana, lo no comparable. Sin embargo, en los siglos insulares —resumen apoteósico del devenir de la rueda—, la maravilla y la sinrazón han caminado de la mano, en una dialéctica sorpresiva que resucita tanto el ensueño del vivir como la  perpetuación de lo enfermo.  

Los millones de trabajadores alemanes que desde la caída del Muro de Berlín han visitado en masa los archipiélagos de Canarias y Baleares, representan una conexión histórica de un simbolismo revelador, la maquinaria del monocultivo siguió su lógica del beneficio y de la acumulación, en tierras ya no incógnitas de la Europa que sufrió el fascismo. A la maqueta del trazado urbano castellano en la ciudad colonial de la periferia afroatlántica que se mimetizó a lo largo del continente americano —la plaza y las iglesias de la Ciudad de San Cristóbal de La Laguna—, le siguió el emporio hotelero de la industria del sol en la ciudad neogénica—San Bartolomé de Tirajana—, donde la turboconstrucción privada del espacio de vida vacacional de la clase turista internacional se instaló entre la herencia condal del limítrofe reducto de las dunas del desierto sahariano.

Tras la muerte de Francisco Franco, el dictador que empezó el golpe militar contra la II República en la Comandancia de Santa Cruz de Tenerife, las islas retomaron su papel protagónico entre las estelas y los rumbos del mapamundi, siendo escenario del cúmulo exponencial de irracionalidad y de imposición que subyace a la maquinaria reproductiva del poder en la era de la turificación universal de la existencia, la ficción del paraíso refrenado en la estadía recreativa del touroperador que ofrece las últimas bondades de la experiencia de vivir en el planeta.

Hoteles, discoteca y playa fue la ecuación del capital para encauzar el dolor acumulado de las guerras mundiales en la Europa del XX. Es el Caribe que se volvió origen y destino de la división del mundo por banderas, del suceso del descubrimiento se pasó al acontecer transnacional del mercado hacia su predestinación civilizatoria de un futuro donde todavía las lenguas conservan su fe de vida. Las guerras en el Oriente Medio parecen eclosionar de las mismas hogueras  milenarias de las Cruzadas. El despojo del Amazonas, la pobreza infantil universalizada, el feminicidio, los muros y las vallas electrificadas son las Nuevas Indias, la Aldea Global, el retroceso permanente de la bomba de relojería y el reconteo de las extinciones masivas.

Las islas representan la condición náufraga y cosmopolita de la humanidad. Llevan en sí mismas la raíz y el brote, la huella y el símbolo, el color y la forma. El infierno tejido de lana es un verso del poeta canario Félix Francisco Casanova, joven universitario, amante del rock y de la literatura, que con 19 años encontró la muerte en la bañera de su casa de Santa Cruz de Tenerife. Y le sigue al verso, otro más — intuición y vértigo de la historia que empezaba tras él con la democracia y todos los sueños que podían volver a florecer y a romperse, como el filo del agua en el silencio de la noche—, la isla se reproduce.   

 *Texto originalmente publicado en el volumen Ateneo Crítico IV, Ateneo de La Laguna, Tenerife, 2024


Samir Delgado, México

    

domingo, 18 de febrero de 2024

Antonio Machado, Escultura de Pablo Serrano, bronce fundido

 




ESCULTURA de Pablo Serrano
bronce fundido: 16 x 9 x 10 cm
Número de registro AS11447
Legado de Juana Francés de la Campa, 1991
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid
ANTONIO MACHADO, 1966


EL poeta Ángel González lee su discurso de la
Academia en torno al discurso inacabado de
Machado que se quedó verdaderamente solo. A fin
de cuentas las otras soledades del poeta leído son una
expresión sumaria de la condición cósmica del ser
humano. El habitante de la absoluta soledad
insondable del universo. Así sucede que los países
que no cuidan a sus poetas no los merecieron nunca,
incluso dejarán de ser países para siempre de no
corresponder a tiempo el legado de sus poetas. Como
los ayeres truncados de Machado cuyas gotas de
sangre jacobina representan en el invierno perpetuo
de su tumba el paradigma del exilio y la fractura del
sentido del progreso de la humanidad


SE equivocaba la paloma. Por radio Rafael Alberti
supo de la muerte del poeta y del final de la guerra y
del exilio por venir y de la paloma. Se equivocaba la
paloma. En el futuro cartel prohibido del homenaje a
Machado la espiga era el mundo todo, los peces aquel
mar y el sol y la luna y el sueño aquel día de la
pérdida del viento en la arboleda


LA sangre del poeta
no fue esparcida a campo abierto

será el mar tras su muerte
quien se derrame hacia él

después del deceso y el martirio
en el Hotel Bougnol

otras voces vuelven a levantar
el puño misericorde

Blas de Otero ante el recuerdo
tétrico de la pérdida
clama convivirte, compartirte como el pan

maravilloso azul el de la infancia
y más maravilloso
el rojo vivo de la plenitud



*Del libro "La carta de Cambridge" (Samir Delgado, Olifante, 2021)